martes, 27 de febrero de 2007

La Nariz.

Sentada en el banco de a clase, me detengo a mirar mis pies absorta en la pedrería de mis nuevas sandalias hindúes.
- Bonitos pies-me dice alguien. Sin levantar la cabeza le digo que No, que los odio, que de buena gana me los cortaría, ella- pues es una ella y no un él, la dueña de ese comentario, sonríe divertida y añade.
- Yo si me cortaría la nariz.
Volteo a mirar a la joven que se ha sentado junto a mí y veo su perfil perfecto dibujado sobre el atardecer que ahora cubre los amplios ventanales del edificio antiguo que nos rodea.
- Tu nariz es bonita- digo yo-no entiendo porque podrías odiarla.
- No odio a mi nariz, odio a su función y a todo lo que conlleva- agrega en un tono melancólico. Yo sufro de hiperosmia- me dice con tristeza, como si se tratara de una maldición antigua.
- ¿Hiper qué? Repito yo. Hiperosmia, la facultad de percibir los olores con más eficiencia que los demás seres humanos. Pero...¡eso es grandioso! reparo yo.
- ¡No! te equivocas, tener hiperosmia es peor que tener unos pies feos, me dice. Entonces, yo escondo los pies enfundados en pedreria, por debajo del banco de madera y me detengo a escucharla. Los siguientes minutos la joven me contará sobre sus tribulaciones por ser dueña de una nariz tan especial, sobre lo terrible que es ir por el mundo sabiendo a ciencia cierta a que huele cada cosa, prediciendo que persona viene, que es lo que trae metido en el bolso o si se bañó o no.

A mi me parece una historia divertida, pero ella me la cuenta entre triste y enfadada. Parece que tener ese “Don” la molestara sobre manera. Podrías dedicarte a sommelier, le digo yo para animarla. Ella me dice que no le interesa, que el olor a los vinos, quesos y vinagres solo le puede provocar cefaleas insoportables que la sumen en curas de sueño si recibe la medicación adecuada o en absurdos ataques convulsivos, si no tiene una pastilla a mano.

La joven se mueve en el asiento y yo pierdo de foco, su mirada, su cabello rojizo, su porte diminuto, su boca que hace pucheros al terminar cada frase como si fuera solo una niña pequeña. Toda mi atención está ahora, en esa nariz perfecta, que nace por debajo de sus cejas y se levanta al cielo respingada y alerta, como un pálido grumete en lo alto de un barco.

¿Algo de ventajoso debe tener haber nacido así, no?- le digo, cuando me termina de contar que es la única de su familia con esa habilidad que le ha causado pleitos épicos por opinar acerca del olor a la comida de su madre, del perfume de sus cuñadas o de los calcetines de sus hermanos.

Sí de hecho tiene ventajas, puedo percibir olores que nadie más percibe, me dice serenando su cara. Puedo percibir la mezcla de la hierba cortada aderezada por el aroma de la brisa marina. El perfume de las frutas maduras en el mercado, del melón calameño mezclándose con el durazno. Del maracuyá y la lúcuma serrana, de las uvas recién traídas en canastos de mimbre desde Ica. De las sandías maduras, cuando comienza el verano. De los anticuchos tostándose sobre los braseros al llegar la noche; de los hombres con colonias que se desvanecen con el primer sudor de vergüenza al saludar a una mujer; de las mujeres seguras con champús frutados en el pelo caminando por plena avenida, antes que los floripondios regalen a la tarde su último aliento.

Termina de hablar y noto que ha cerrado los ojos. Por un momento yo también. He imaginado a la ciudad nueva con todas esas fragancias que yo olvido de percibir siempre. Con toda esa gente de la que ella describe sensaciones solo por el olor que desprenden. No puedo evitar decirle que ahora su hiperosmia me parece algo mágico.

Es mágico mientras no te subas a ascensores llenos- sonríe- mientras no vayas a tiendas que están en rebaja... Es mágico mientras no entres a perfumerías caras o a la sección de detergentes; o cuando no cruzas Lima de cono a cono sobre una combi repleta a mitad de febrero con todas las ventanas cerrada. Es mágico mientras no tengas ganas de sexo.

¿¿Sexo?? Repito pasmada. No puedo creer que también eso sea una desventaja. Y entonces me cuenta que durante años no pudo tener novios porque siempre les hallaba un olor especial o en el cuello o en las axilas que la sumiera en el total desencanto. Que podía creer estar enamorada hasta que el día menos pensado el tipo acudía a la cita con un olor a ajo que emanaba de sus dedos, fruto de trabajar en cocina. O de acetona y bencina, si es que el tipo trabajaba en algún laboratorio. Lo peor de todo era cuando ya estaba por dar el si y ese día sentía en las manos del hombre elegido un fuerte olor a mariscos, similar a toda la costa del Callao concentrada debajo de sus uñas, fruto de quien sabe que maniobra de dígito presión, que a ella le causaba más arcadas que deseo.

Finalmente un día conoció a alguien con características similares a ella. Ambos se cuidaban de no usar perfumes fuertes, del detergente a usar para lavar la ropa, de que no hubiera ni ajos ni cebolla jamás en su cocina y de que ni una gota de vino osara romper el equilibrio de aromas de su nido de amor. Él no sólo la comprendía a la perfección, sino que gracias a ese poderoso olfato tenía una perfecta guía geográfica de sus puntos mas erógenos y sabía exactamente el momento en cual cojerla o no cojerla, guiado solo por ese olorcillo tan sutil que humedecía sus ropas cuando ella ovalaba.
Todo parecía felicidad, excepto por el pequeño detalle que Miguel- así se llamaba- no solo era un amante detallista y complaciente, sino el peor de los celosos.

Dueño de un olfato aun más fino que el de ella, podía deducir por el olor de su ropa sus periodos de estro, sus cambios hormonales, su atracción más mínima por cualquier hombre que pasara a su lado, solo ayudado por ese olor que cubría sus poros, cuando ella veía a algún hombre atractivo.

Fue en ese periodo que la relación se hizo insoportable, no podía salir a la calle de brazo de Miguel, sin que éste intuyera minutos antes, aún que ella, que su ya cuerpo estaba secretando cientos de hormonas por el simple roce de olores con alguien del sexo opuesto. Por ese olorcillo que cubría sus poros como un sudor invisible, fiel indicativo de que a ella le estaba atrayendo otro hombre. Esos paseos por la calle desencadenaban en Miguel escenas dignas de un Otelo, que gritaba y golpeaba, y ella un odio creciente a ese hombre que días antes amaba con todo su ser.

Lo llegué a odiar tanto que solo podía imaginar su muerte cada noche- me dijo mientras sus labios se tensaban en un gesto de rabia y dolor. No sólo tenía mejor olfato yo, sino que ahora lo utilizaba en mi contra ¿entiendes? Mi olor me delataba siempre-Dijo mientras se volvía a mirarme con una expresión que me hizo recordar al mas inocente de los Norman Bates.

¿Se separaron?- pregunté con cautela, mientras pensaba que esta mujer diminuta, por sus gestos y sus reacciones, podía corresponder perfectamente a la imagen de una asesina en serie.
No; él murió hace un mes- me dijo.
Mis vellos se erizaron de inmediato, pude sentir que ella acababa de oler mi miedo, cuando volvió a mirarme.
No te asustes, no lo maté yo, fue el tumor.

Al parecer Miguel poseía un tumor en medio de su cabeza que le ocasionaba esa sensibilidad al olor cada vez más aguda y que finalmente le había provocado esos celos que rayaban en la locura. Su don, motivo de orgullo, lo había llevado finalmente a la muerte- me dijo- sin poder ocultar ese beneplácito que le daba el saberse única.

¿Y tú, no tienes miedo, que sea también un tumor lo que te causa esa “hiperosmia”?- dije después de un largo silencio que solo los autos a lo lejos rompían.

No, es que lo mío si es un Don- dijo ella, mientras olfateaba los restos de la tarde que moría sobre nosotras.

lunes, 26 de febrero de 2007

La Mujer Gorda

- ¿Es tu cartera? me pregunta la mujer gorda mientras se acomoda en el asiento de al lado. Yo apenas tengo tiempo de sacar la cartera de debajo de su enorme trasero, mientras le sonrío algo incómoda. La mujer gorda solo tendrá una veintena de años pero ya se viste como señora, adornada con perlas en las orejas y con un moño que la avejenta cada vez más, saca de su enorme carterón de cuero los implementos para oír la próxima clase.

- No te había visto antes- me comenta- ¿Eres nueva en el curso? Le digo, que sí, que relativamente nueva; pero ella me interrumpe para contarme que ese curso de narrativa es lo mejor que ocurre en mucho tiempo en este país, que el año pasado estuvo en uno con Carmen Ollé, pero que lamentablemente hasta la fecha, su historial como escritora sólo se reduce a los blogs.

Yo sonrío, el mundo parece estar lleno de tantos bloggers como de solitarios y complejos existan. Echo una última mirada a la mujer gorda antes que empiece a hablar el maestro y me la imagino con un nick como “la gorda pequitas” “lady princesa” o “Ni linda ni rechoncha”. El resto de la clase me debato entre escuchar al maestro y evitar sus múltiples interrupciones. A veces bromea es cierto, pero apenas se acerca a míi, el traquetear de su silla aguantando el trasero extralarge, hace que mi paciencia desaparezca como por encanto y me imagine diciéndole lisuras del calibre de un chofer de combi, para callar su perorata sobre el mundo blogger.

En el intermedio la gorda se acerca a mí como una lapa, no puedo quitármela de encima. ¿Sabes que son los blogs?- me vuelve a interrogar. No tengo ni puta idea- le respondo con una mirada que merece más su conmiseración que la reacción de rabia que yo esperaba. La gorda no se siente mal por mi respuesta, todo lo contrario, trata de explicarme que la comunidad blogger es lo mejor que hay para conocer gente culta. En este momento la gorda no cabe en su emoción: Acaba de ver en mí, a otra incauta a quien vender la idea de que ser blogger es como cambiar de religión, pues te garantiza el paraíso prometido de las relaciones sociales en èsta ciudad.

El resto de la oración se acompaña de múltiples gotas de saliva que brillan en el espacio que nos separa, paradas ambas a la puerta de la cafetería. Yo finjo que la escucho, pero mi mente se ha quedado pasmada al oír la expresión “gente culta”, en ese momento solo puedo imaginar que la gorda no ha entrado a ningún blog erótico de la blogósfera peruana, o a ninguno en donde escriban el "halla" en vez de "haya" y el "haber" en lugar de " a ver". Ella sigue hablando y pienso que por el contrario, ella es una de las narradoras anónimas de tremendos circos sexuales que hacen babear a los mas incautos y por tanto llama culto a cualquiera que no escriba vaca con b alta, ni orgasmo con "h".

No resisto a la tentación y le pregunto como llegó a conocer sobre los blogs. Me dice que antes ella andaba en las salas de chat, pero solo había gente loca, perdedores, tipos que querían violársela a la primera. Aquí no- me comenta. Claro, pienso, acá se la quieren violar a la segunda o a la tercera…y si no hay foto de por medio, mejor.
Cualquiera diría que la blogósfera para ella es un tamiz que separa los hombres malos de los buenos tipos, se nota por la emoción de su voz al hablar de sus nuevos amigos, por ese orgullo que le da el autodenominarse bloggeadora.
La mujer gorda se limpia el sudor que le cubre el labio superior, se acomoda el pelo, pone sobre su regazo el carterón de cuero, que ahora veo que es un Gucci que llora entre sus manos regordetas, saca la polvera y se borra las pecas de una sola pasada mientras sigue hablandome de su nueva aficion ciberliteraria.
Entrar a la blogósfera fue lo mejor que me pudo haber pasado- me comenta- antes siempre andaba deprimida, tenìa pocos amigos y encima engordè como una vaca.

Ahora soy yo, quien la mira con algo de conmiseración. Me cuenta sobre sus múltiples dietas, sobre los amigos que perdió cuando decidió quedarse en Perú. Sobre el novio que tiene vía Internet y que le manda tarjetas adornadas de flores todos los jueves, fecha de su ciber aniversario. Entonces le pregunto como conoció al tipo, que según todas las señales fue quien la sacó de la depresión más horrenda, luego de subir esos 15 kilos que ahora se le acumulan en el trasero y en unos hombros propios de amasadora de pan.
A través de los blogs- me comenta. Y de nuevo que naufraga la charla en torno a la blogósfera y de nuevo que entramos a clases y de nuevo que carraspea y me menciona 2 ó 3 nombres de los bloggers que antiguamente poblaban el ciberespacio y que ahora llevan desaparecidos meses. Yo era amiga de todos ellos- me comenta, luego de hacerme una lista de poetas, periodistas y atletas, dedicados al arte de bloggear.

Deberías entrar a “nuestra comunidad” me dice al despedirse. Es mejor que el Hi5, al menos acá, la primera impresión que tiene la gente de ti no es según tus fotos o por tu apariencia, sino por lo que escribes. Y claro, la gorda escribe bien, medio romanticota, medio cursi, media desfasada con esa prosa influenciada por Arjona y Deepak Choppra, pero con mucho sentimiento. Ahora entiendo porque tiene un novio blogger escribiéndole poemas los jueves y dedicándole posts por montones. Probablemente el tipo sea otro solitario queriendo volcar sentimientos en cualquier mujer que escriba con apariencia de sensible.

-Chao amiga- me dice. Y yo rechino los dientes por ese adjetivo que la gente en Perú usa con tanto desparpajo.
-Chao Laura- digo yo, mientras camino de regreso a casa.

jueves, 22 de febrero de 2007

Jueves de insurreccion

Hoy es un día malo, así que al carajo, hablare de mí.

No hay nadie en casa, llegue de caminar/correr y no había nadie, no se porque me afecta, a lo mejor porque mientras caminaba/corría estaba triste. Estaba triste y desanimada, al saber que ya solo podía caminar/andar y ni pensar en hacer el intento de correr/trotar.

La gente pasa frente a mi ataviada de ropa deportiva y yo solo camino. Salí tarde así que no puedo usar los lentes oscuros que me vuelven una mujer anónima. Voy caminando por la alameda y distingo que me gusta caminar sin música, así puedo oír la voz de la gente, los pitidos de los buses, la música de los autos. Distingo que aunque tuviera música para traer y pegármela en el brazo, no la traería, porque me haría una burbuja invisible de música propia y sensaciones propias, entonces ya no observaría nada y yo, bueno, ya sabes, yo necesito observar.

Sigo caminando y pienso en la maldita periostitis, también en los plátanos, en el tango, en que de repente me siento vieja y cansada y en que es cierto lo que me dijo ella la otra noche: el invierno esta llegando.
Yo odio el invierno, no me gusta el frío, siempre huyo de donde hace frío. Vine huyendo de la lluvia y hallo a Lima toda nublada y con un viento que silba en los oídos. Parece que fuera más tarde de lo que en realidad es, he caminado 3 cuadras y aun no me evado de esta realidad, aun están mis pensamientos corriendo velozmente, como si necesitara un teclado en ese instante o una grabadora de voz, o un telépata o un amigo…quien sabe?

Creo que la razón de estar triste es esta tarde nublada, ha bajado la presión atmosférica, yo siento frío, pero no me cubro. La mañana ha sido larga y tediosa luchando contra las sabanas y el maldito dolor atacando todo mi cuerpo. Luego he almorzado algo ligero y por la tarde he decidido volver a correr pase lo que pase. Pero no he podido. Y heme aquí, triste por eso, caminando a paso lento como una anciana vestida en mallas, como una mujer avejentada que usa gafas claras, para cubrir su rostro y que no la descubran. Ahí voy yo, reflejada en los espejos de los edificios, viendo mi figura cambiar de formas hasta hacerse fusiforme como un molusco.

Debe ser que la tarde esta nublada, en este tipo de tardes mi viejo fuma más que de costumbre, su olor a tabaco inunda la sala de estar, se pega en la ropa, en el cabello. El olor a cigarrillos me recuerda a mi viejo. Yo no fumo, no me provoca, ni siquiera hoy que acabo de descubrir que estoy triste y apenas es jueves.
Mi figura sigue reflejándose en los vidrios de los bancos, prefiero no mirarme, sino pensar en que debe haber alguna forma para dejar de escribir, para acelerar los dedos hasta que alcancen el ritmo del pensamiento. Una forma de comunicarte lo que siento en el momento que lo siento.
Ahora camino callada, el secreto para cambiar de ciudad es mirar a lo alto de los árboles, a los pisos más altos de los edificios, a las ventanas que están cerradas. Yo no miro la calle cuando quiero cambiar de ciudad, yo dejo de mirar a los autos, los conductores, los perros, las empleadas con delantal, los tipos de seguridad. Yo dejo de oír sus silbos, sus holas, sus “tiene Ud. Hora?”, sus miradas curiosas entre lascivia y miedo. No, cuando yo quiero cambiar de ciudad solo miro alto y puedo estar en cualquier parte.

Ahora camino con los hombros derechos, mira como hundo el abdomen, como saco los hombros, como arqueo la espalda. Mira que trato de caminar como la mujer que dices que soy, pero no me lo creo. He caminado tantas veces mirando al piso que me resulta difícil caminar así. El me ha tomado fotos, unas en que estoy erguida, otras en que camino como siempre. La mujer erguida tiene un cuello bonito e incluso un lunar graciosos en la sombra de su mentón pequeño. La mujer que camina agachada se ve tan triste y desolada que prefiere mirar al costado. El me ha tomado las fotos y yo las he visto todas. Parecen dos mujeres distintas.

Camino como el me dice, creo que el secreto es caminar con complejo de chata. Así siempre voy a querer estirarme, es como cuando vas al lado de un novio alto, estiras tu espalda, subes el mentón, miras hacia sus orejas. Te sientes pequeñita, pero juegas a ser enorme, así es como yo camino ahora, como una pequeña infante que juega ser grande, casi enorme.

La calle esta llena y yo aun no puedo correr, me duelen las pantorrillas. Me duele la dignidad solo poder caminar. Al llegar frente al mar, siento que todo esta bien, que podría quedarme horas viendo las lanchas que pescan, los surfistas esperando una ola, las parejas contándose tonteras. Observo la orilla de Lima, en que todo está calmo, menos mi mente. En ese momento yo sigo escribiendo a la velocidad de un rayo, contándote lo que veo, para que entiendas que es lo que siento.

Aun siguen tirando globos de agua, pero a mi no me molestan. Debe ser que me ven como una anciana, como yo misma me veo hoy. Hoy estoy lenta como una tortuga y canto en voz baja esa canción que aun no te he enviado. “es mi andar discreto…” así es el comienzo “…hoy yo ya no voy a grandes trancos por la vida…”. Entonces pienso en este fin de semana, en que tengo un nuevo compañero para las giras musicales, en que de cierta manera tengo ya un nuevo cómplice a quien enviar canciones.

Atardece en Lima, no se si quiero que leas esto, no tiene nada que ver con lo que te dije que contaría. Es que mi burbuja se ha resquebrajado, es que mi ventanilla se ha roto, es que en el tren de los recuerdos cotidianos, algo ha pasado que me ha hecho detenerme en mitad del camino y bajar. Bajar a campo traviesa y echar a nadar, así lentito, con la idea a mil de tantos pensamientos locos. Es jueves, no voy a barranco hoy. Hoy no quiero nada. Mientras cocinaba cantaba “…Ojalá que el deseo se vaya tras de ti…” era mi canción favorita. Silvio era mi cantante favorito cuando empecé a crecer, pero mañana no lo veré. Mañana será un viernes sin un café de por medio. Pondré a Manolo García y escuchare Pájaros de Barro por centésima vez, antes que el mundo se nuble de nuevo y me atrape esta tristeza que no es, esta tarde que no es, este atardecer de nadie.

Mira, ves lo que yo veo? Es increíble…Lima me depara una sorpresa cada día. Es la primera vez que el sol entra en el mar sin un banco de nubes de por medio. Después de meses y meses observando atardeceres frente al mar, precisamente mi día triste corona su final con un sol incandescente entrando a un mar azulado y frío como mis propios recuerdos.

Volvamos a casa, quiero escribir mientras aun haya tiempo para hacerlo y cantar aunque nadie me escuche.

“…pequeñas tretas…para continuar en la brecha…”

viernes, 16 de febrero de 2007

Corriendo en la ciudad

Por todas las ciudades que he pasado veía gente corriendo. Mi envidia era grande, al verlos correr, parecía que volaban, ajenos a todo, en su mundo inventado. Yo no podía hacerlo, siempre estaba de paso, siempre con una mochila al hombro, otras demasiado arreglada, otras con la compañía equivocada.
Yo jamás pude correr igual que ellos.

Hace poco empecé a caminar de nuevo, sabia que no iría a ninguna parte, solo quería caminar. Dejar de quedarme en casa. Ver el mar de cerca. Día a día el hecho de caminar hasta el mar se fue convirtiendo en una rutina. Me compré calzado nuevo, ropa más ligera, una gorra que tapara mi cara. Pero no agregué música al atuendo. En mi nueva fase de retorno al mundo, ya no busco música que me aisle de ellos. Busco en cambio el ruido que me pueda dar pistas de adónde van todos. De adónde caminan todos.
Todos ellos, siempre caminando con tanta prisa.

Una semana después, empecé a correr. No fue algo que planeara ni esperara hacer, simplemente di dos pasos rápidos y sentí que mis pies volaban, luego ya fue todo más fácil.
Corrí y me agité como cuando niña, eso era obvio. Pero mientras corría, pude ver como la ciudad cambiaba de colores, como los rostros se quedaban fotografiados en expresiones dispares, como el día cambiaba sus colores hasta hacerse noche. Mientras corría me di cuenta de cómo el mundo cambiaba a mis ojos, independiente de mi velocidad y de mi voluntad de hacer todo más paciente.
El mundo estaba cambiando y yo trataba de correr a su paso. De alcanzar al mundo, olvidando que corría en su útero mas confuso, bajo su luz mas oscura.

Poco a poco fui corriendo una distancia mas larga, en parte como un reto a mi misma, en parte porque quería hacerlo. El hecho de sentir mies pies ligeros y mi pecho inflándose con el último aliento de una tarde que agoniza me llenaba de fuerza. De una extraña fuerza, que salía de mi interior y se irradiaba hasta mis manos, luego hasta mis pies y mis ojos.
Podía ver a la ciudad mutando. Podía correr en pos de ella, hasta que me cansara. Hasta que ella se cansara de verme.

De niña soñaba que de tanto caminar rápido, un día rebotaba sobre mis pies de goma y echaba a volar. Volaba a un metro apenas del piso, me impulsaba en algunos pasos y volvía a caminar en el aire. La sensación era maravillosa, aunque no era el vuelo perfecto, esa era mi clase de vuelo ideal. Sin alas, sin hechizos, mi esfuerzo hacía que me elevara hasta ir más veloz que las otras personas, hasta olvidar que el camino existía. Corriendo en el aire.

Corro ahora, como si lo hubiera hecho toda mi vida, me sigo agitando, me sigue doliendo; pero al terminar la tarde, siento que correr me reconforta, que esa soledad y ese silencio de correr a solas, sintiendo solo la inspiración y espiración de un pecho agitado o el pequeño golpe de las zapatillas de goma contra el asfalto, es la canción perfecta, que no interrumpe, ni deprime.
La canción que no hunde en abismos de preguntas.
Al terminar de correr, todo permanece claro a mis ojos, incluso el rumbo de mi vida y de su frágil envoltura. Entonces veo al sol como una mancha naranja perdiéndose entre nubes grises antes de entrar al mar y pienso en mis sueños de niña, en esos saltos pequeños preámbulos de grandes impulsos. En esos pequeños esfuerzos que anunciaban vuelos más altos.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Las Balas

Esta ciudad no es muy violenta, pero de vez en cuando se dan sus balaceras. Nadie se hace mucho problema, ya sabes, lo de siempre: Policías haciendo alharaca de sus camionetas nuevas y hampones huyendo en algún carro blindado.

Se supone que vivo en un barrio seguro, pero aun así, a veces me despiertan los tiros al aire y las sirenas de las ambulancias. No es mi problema pienso y sigo dibujando o leyendo alguna trivialidad del momento. Pero a veces me asusto.

Me asusto porque de pequeña siempre pensé que vendrían por nosotros, por mi padre, por mis vecinos. Porque de niña había tanta inseguridad, que no sabia a quien temía mas, a los hampones o a los policías. Porque de niña todo el mundo culpaba al terrorismo y en cambio ahora todo el mundo culpa a los narcos.

Esta es una ciudad insegura, de hecho. Hace un par de noches salí a correr con una amiga y a mitad del camino dos niños nos aconsejaron que diéramos la vuelta, porque había una balacera. Cruzamos a la vereda contigua y nos quedamos un momento pensando que rumbo tomar, si decían que toda la zona estaba cercada. Fue en ese momento que los vimos.

Era una camioneta negra, blindada corriendo a nuestro lado, subiendo a la vereda donde hace poco estábamos nosotros y chocándose con los tachos de basura en su rápida huida. Luego vinieron los otros, esos a los que entrenaron como héroes de película, que se educaron viendo Miami Vice y Starky y Hutch y por lo tanto piensan que en este país si tienes un carro con placa, el crimen se detiene. Se montaron por nuestra vereda y nos dejaron al medio, si, al medio de todo. Fue entonces cuando sonaron los tiros al aire y las motos azules corrieron tratando de cercarlos.

Nosotras no hacíamos nada, inmóviles ante tanto aspaviento, no podíamos entender nuestra suerte, al no ser embestidas por ninguno de los dos grupos. De regreso a casa, caminábamos lento, oyendo las sirenas a los lejos, mientras los autos pasaban veloces diciéndonos que nos metamos a casa pronto.
Ya eran las 11 de la noche y pude sentir el toque de queda, en el sonar de mis tripas y en el sudor de mis manos. De pronto me sentía transportada a décadas atrás, sintiendo que era mas seguro quedarse en casa.

El aroma de la brisa marina y de la transpiración de los árboles nos acompañó todo el camino a casa, mientras yo me preguntaba, si estaba ahora en el lugar correcto. Si finalmente lo estaba.

viernes, 9 de febrero de 2007

La planta

Terminada la operación, tenía la cursi y tonta idea de que me esperarían ramos de flores y cajas de bombones. Pero no, nadie tuvo ese pensamiento cursi y dormí el resto de la tarde, pensando en el momento en que los hombres se habían vuelto tan practicas y las mujeres tan tolerantes, con la falta de detalles.

Pero no podía dormir, a esa habitación le faltaba algo. Pensé en comprar un florero y esas flores largas y amarillas que parecen lirios pintados, m’as me arrepentí. Las flores cortadas siempre me hacen sentir culpable. Fue cuando decidí comprar una planta.
No una flor bonita, sino una planta.

La planta pequeña y barata, correspondía a una dalia, una hermosa flor roja de vestido pomposo adornado con pétalos carmesí. Para mi era solo un detalle, la lleve a casa y la puse a la puerta de mi habitación. La gente que pasaba veía la flor y sonreía o le sonreía a ella. Poco a poco me fui encariñando. Se veía tan linda con esa flor recién parida que no pude sino, enternecerme al pensar que una frágil planta de hojas verdes ahora era toda una flor sobre un tallo delgado y lozano.

La saqué’e al sol, al darme cuenta que era una planta de ambientes exteriores, pero se quemo. Pase días cuidándola y regándola con los restos de mi insípido mate de manzanilla, como una madre que da de beber a su hijo. Esta vez todos se burlaban, esa planta parece que no volvería a brotar. Pero lo hizo. Al cabo de 3 días la planta resucito y la flor se veía más hermosa que antes.

La música, el agua, la sombra, el cuidado a sus hojas la ayudo en su recuperación. Ayer observe mi planta y me di cuenta que después de una resistencia heroica, esa flor estaba muriendo. No había nada mas que yo pudiera hacer, había llegado el tiempo de marcharse, de desojar sus pétalos, de morirse a pesar de todos mis cuidados. Ya ni siquiera me quedaba la esperanza en sus botones a punto de brotar. La flor se estaba yendo.

Por la madrugada me despertó la misma jaqueca que tengo hasta hoy y me pare en la oscuridad del dintel de mi puerta a observarla en su agonía, muriendo de a pocos como yo misma. No podía hacer nada, excepto esperar a ese tiempo en que los botones broten. Mientras, solo quedarían hojas y hojas deshojándose, pétalos negros cayendo al piso, una planta volviéndose fea sin ninguna esperanza de sobrevivir.

Mi planta agoniza y yo no puedo hacer nada, excepto esperar a que nazcan nuevas flores, mientras duermo bajo el efecto de los sedantes. Me pregunto si alguien espera eso de mí, ahora. O solo soy la planta estéril, que se adorna siempre de hojas verdes sin llegar a parir nunca, flores de colores.
Creo que eso tampoco importa, no importa cuantas veces podamos morir o ser muertos, lo importante, es cuantas veces podamos resucitar para volver a echar a andar.

miércoles, 7 de febrero de 2007

!VIVA VIVANDA!

De llegada aquí lo primero que me dicen es donde comprar. Obviamente el lugar indicado no ser’a ni metro ni Plaza vea, el lugar indicado para comprar comida es Vivanda. Mis amigas me recomiendan Vivanda con la alegría propia de las adolescentes que acaban de descubrir un nuevo “point” de entretenimiento.

Hasta ese momento no entiendo porque Vivanda es mejor que los otros supermercados, claro, me mencionan la comida mucho más elaborada, el lugar mas acogedor, la música mas personalizada; pero lo que me hace caer en cuenta de por que Vivanda se torna en un lugar mas atractivo para ir en busca de comida, es el tipo de hombres que va allí.

Ellas me mencionan que allí solo van los treintones con plata y que viven solos a hacer sus compras, puede llegar algún turista desubicado de los muchos hoteles que hay cerca, pero en su gran mayoría son hombres que pueden bordear los 40 pero con cuerpos fibrosos y tan bien cuidados, que ya los quisieran sus colegas de 20.

¡Claro! Aun no había caído en la cuenta de que cuando una persona va de compras al supermercado, no solo va a comprar comida o bebidas para la semana, va a conocer gente, a mostrarse, a darse miraditas entre la compra del brócoli y el tomate o a sonreír tímidamente, mientras eliges el pateé para el desayuno.

Llego a Vivanda a la hora señalada por mis amigas, que ya deben tener una licenciatura en investigación de mercados, después de todo lo que me dicen. La consigna es ir en la noche, mientras mas tarde mejor, a esa hora los tipos con trabajo fijo y que trabajan todo el día en oficina salen a comprar cosas para comer o vinos para el fin de semana, insisten. Y tienes que fijarte en las manos si son con manicura o no. Y por supuesto si es un misio que paga con moneditas o alguien decente que al menos tiene un par de tarjetas con que pagar el importe.
Yo voy entre curiosa y asustada, me acaban de describir el lugar como si fuera el preámbulo de un baile o que el hecho de ir a comprar un postre, sea un sinónimo de cita a ciegas con media sociedad limeña. Me pregunto si la diferencia horaria influirá tanto, en el tipo de personas que va a aquel lugar a solo comprar o a flirtear con algún descaro.

Pero ellas tienen razón, el lugar se empieza a llenar a partir de las 10 de la noche y entonces comienzo a ver el desfile de los guapos de siempre, comprando comida Light y bebidas sin gas. Llenando los carritos de compras como si fuera domingo al mediodía y mirando para todos lados, como si hubiera un paparazzi filmando que alimento se llevan a casa. Los guapos no se equivocan, decenas de ojos de mujeres vigilan cual será la próxima compra, tratando de dilucidar si es o no casado, o si vive o no con alguien.

La estrategia de estas chicas consiste no solo en mirar como va vestido el guapo en cuestión – obviamente alguien con pantalón blanco, zapatos ligeros y cabello engominado, no entra en el perfil del macho soltero ideal y si, mas en el de fans de Gloria Gaynor- también hay que fijarse que es lo que mira y sobre todo que es lo que lleva- porque un mirón, no vale la pena hija, acá lo que importa es si gasta o no gasta, en Vivanda también se colan los que son mucho ruido y pocas nueces- Anotado, gracias.

No será igual un hombre que compra huevos y leche para la familia, o pone pañales y menestras en su carrito de compras, a un tipo que compra coca cola zero, comida preparada y alguna ensalada agridulce.Esos son a los tipos a los que tienes que dirigirte, me dicen. Pero no te fijes en los que compran pescado, de hecho, esos ya se acuestan con alguien y les preparan el cevichito en la mañana.
Yo miro a los tipos, a algunos les gustan morenas, a otros rubias, a otros pelitenidas, todo de acuerdo a la necesidad ¡y vaya que abunda la necesidad de mujeres un viernes por al noche!

En ese momento y bajo la música adormecedora saliendo por los parlantes, comienza la danza típica de las mujeres comprando un par de cosas inútiles y de los hombres seguros aparentando comprar vinos y carnes, después de una larga jornada laboral. Miradas vienen, miradas van. Es casi media noche y uno que otro ya habrá intercambiado números telefónicos o alguna que otra tarjeta, para completar la receta de los ravioles que a ella, ¡que horror! no le salen bien.

En ese lugar, podría dar la idea de que todos los hombres limeños, son siempre buenos gourmet y que las mujeres limeñas, dejaron de lado el velo y el tapado para romperse el ojo viendo cual es el galán que tiene el mejor carrito y cual da la idea de mayor estabilidad económica en este país balneario.

Salgo de Vivanda cansada, he comido un flan y me he tardado casi dos horas en ver como el simple paseo nocturno de comprar cosas para el fridge, se vuelve de pronto un flirteo propio de otro viernes sangriento, cerca a la Avenida Larco. Tengo 2 números telefónicos y una receta para hacer arroz con leche; lo que me pregunto ahora es, como les diré a estos tipos tan fashion, tan nice, tan cool a la hora de recomendarte cual comida comprar, que acaban de ser los tristes protagonistas de otra de mis historias como transeunte.

martes, 6 de febrero de 2007

Tango II

No me tomes a mal, pero debo contarte que hoy me he enamorado.
Se que esta vez escribiría de las cosas que viera aquí y te las enviaría en viejas cartas de color mantequilla, se que te dije que escribiría con el cinismo de a quien no le importa cambiar la realidad que lo rodea. Desde mi tribuna vacía con mi personalidad de piedra.
Pero, debo confesarte que me he enamorado.

Y no de un hombre, cielo, de una mujer tampoco. Hoy me enamore de la dulce música de una guitarra y un acordeón lejanos. Y me remonte a esos tiempos en que caminando por calles de piedra, pensé que iba con el amor de la mano y era feliz, tan feliz, que ya nadie mas después de mi lograría jamás serlo.

No debo hablar de mí, ya lo sabes, te lo dije cuando comencé a escribirte. Pero que puedo hacer si siento el dulce dolor del amor a los seres sin rostro y a los instrumentos que ya no se hunden en mis manos. Me siento tan vulnerable a ese perfume, a esa música, a ese lugar lejos del mundo donde el amor siempre parece posible.

Quisiera olvidar que estoy aquí y remontarme al mas lindo de mis recuerdos, a los cielos color vainilla, a las ventanas dorándose con el ultimo brillo de la tarde, a las hojas de los ‘arboles mas verdes que en mis recuerdos y a esa promesa que te hace el viento. De que mañana y pasado y todos los días siguientes, solo habrá amor en tu puerta y cosas por las que vivir de forma apasionada.

Debajo de las flores de cerezo, aun puedo creer que los imposibles, pueden doblegarse bajo la fuerza de mi voluntad.

Un beso, amigo mío, solo necesitaba contártelo.

lunes, 5 de febrero de 2007

El captor

….piensa en mi, de vez en cuando piensa en mi…porque soy una especie en extinción….


Los días siguen pasando aquí, pasan tan rápido y con tantas historias que apenas tengo tiempo para ponerme frente al teclado y escribir algo…a lo mejor y voy perdiendo mis dotes de narrador de cuentos…a lo mejor solo s el maldito día nublado….

He dormido casi hasta las 11 am., cuando desperté solo podía pensar en todas las cosas que había dejado sin hacer. Abro la persiana y veo los balcones vacíos, me pregunto donde esta aquel chico que fisgonea a diario que hago en mi habitación. Ya me he acostumbrado a el, es como un mal necesario.

Al inicio yo no sabía que me miraba, después me di cuenta, pero como solo me veía en la misma posición toda la mañana, no me afectaba. Ya después me hartaba verlo cuando salía de la ducha o cuando tenía que cambiarme. Por un momento comencé a cambiarme también delante suyo, pero nada. Eso también me aburrió. Cerraba las persianas y esperaba a que se cansara para volver a abrirlas.

Ahora que esta nublado, hasta extraño al tipo. Debe ser la relación que nace entre una victima y su captor. Una especie de síndrome de Estocolmo, pero esta vez entre el voyeurista y el objeto de su afecto. No se. Hoy extrañé al jovencito ese, que imagino apenas sea un adolescente.

Los días pasan rápidamente en esta ciudad, ya es febrero y las historias se queman en el horno, antes que llegue a sacarlas, tal vez no debería dedicarme a esto. Tal vez solo debería quedarme quieta en la cama por horas enteras, imaginando que mi pequeño observador imagine que pienso, que hago y porque lo hago, trastocando por momentos mi papel en esta historia y haciéndome ya no el victimario de ojos ajenos, sino la victima que es observada cada segundo, hasta que la noche llegue.

viernes, 2 de febrero de 2007

Dias de Dietas

De niña odiaba mis brazos, eran demasiado delgados, con muñecas salientes y codos huesudos. Me veía al espejo, iniciada la pubertad y solo podía imaginarme con una niña africana en severo estado de desnutrición. Era tanto el odio a mis brazos y a mostrar mis delgadeces, que podía usar chompa manga larga en el calor mas infernal, con tal que nadie sepa que yo era una huesuda mas, a la que solo le faltaban las moscas en los ojos o el ombligo salido, para ser considerada la desnutrida típica.

En mis tiempos de flacura, no podía imaginar que mis brazos huesudos, mis clavículas salientes, mi cara delgada algún día serian el prototipo de la belleza actual. Engordé como era obvio, para librarme de ese complejo de flaca, pero olvidé que tal vez fuera la única chica en carrera por ganar peso, mientras toda la sociedad ya solo buscaba perderlo.

Lima, como cualquier ciudad, es cosmopolita. Puedes ver extremos sociales tan marcados, que a veces te asustas. Ves pasar frente a los cafés a chicas delgadísimas de rostros famélicos, negándose a cualquier comida hipercalorica, en aras de “la buena salud”. Entonces, mientras yo me devoro un pollo con papas fritas y coca cola como única cena, puedo ver a mi compañera de mesa, diseccionando con mucha paciencia un pollo de carne blanquísima, cocido solo con agua y sal y comer lentamente, una a una de las hojas de una lechuga mucho más lozana que su propio semblante.

“Come- le digo- No te hará daño”. Ella sonríe y me dice que no me asuste, que su contextura siempre ha sido igual, 1. 65 de altura y 47 kilos de peso, ahora en busca de los ansiados 45…Yo me la quedo mirando; no recuerdo haber sido jamás tan flaca.

Pero ella no se detiene a conversar, come pausadamente y en silencio, como si meditara por cada uno de los malditos bocados que esta obligada a dar, para no caerse de hambre en la agotadora jornada. Su cara se constriñe de pena, como si el alimento diario fuera un castigo en lugar de un placer. Entonces yo gacho la cabeza y como con el mismo pesar mis 1 200 calorías de grasa concentrada que va a acumularse a mis contornos mas nobles.

Yo trato de correr ahora, de perder con mucho sudor y lágrimas esos kilos que gane’ con tanto esfuerzo durante la juventud, y así volver a las tallas en que originalmente me movía; pero no solo es eso. Increíblemente, mi complejo de flaca va desapareciendo, ante la visión diaria de estas esqueléticas féminas, tan sacrificadas por la buena figura, en un barrio fashion como este. Sacrificadas en verse bien en jeans a la cadera y polos pegados que no requieran de sostén debajo; o como cualquiera de las chicas que pasean sus perros y salen a correr completamente ataviadas de Nike o Adidas, en esta parte linda de Lima la Hipócrita.

Veo a mis compañeras, tan flacas ellas, mostrando esas clavículas filudas por sobre el estrapple bordado, veo sus hombros relucientes, de lo huesudos que ya están. Veo esos muslos que jamás se juntan y dejan un espacio entre ellos para dibujar un pubis grande como una manzana. Y las veo acostadas con esos abdómenes planos, secos, fibrosos, en donde podrías palpar a ambos riñones, si tienes la suficiente paciencia. Lass veo con dietas rigurosas, con gimnasios caros en los que se endeudan de por vida, aunque solo tengan que comer claras de huevos cocidas y brócoli a diario. Las veo tan abocadas a ser como ellas…como todas ellas…Las chicas de portada.

No lo se, pero de pronto abandono la visión de terror ante esa flacura extrema y me dejo llevar por la tendencia fashion de perder cada vez mas kilos. De estar “in” mientras mas delgada te veas, de ser anoréxica como una forma de culto y de hablar de las mil dietas como tema central de conversación cotidiana.
Porque por estos lares la gordura es inversamente proporcional a cuanta opulencia muestres y obviamente, cualquier chica de clase media, buscara parecerse mas a sus congeneres anoréxicas “high” con cientos de pretendientes acomodados, que a sus vecinitas de los conos, mas bajitas, mas gorditas…mas desmondongadas. Tal vez al verlas así de finitas, de delgaditas, de preocupadas por “estar en forma”, nadie note que en el bolsillo no llevan nada m’as que el pasaje de retorno Miraflores-Callao y un chicle insípido de tanto ser masticado, para olvidar el hambre.