jueves, 1 de marzo de 2007

Joder! Mujeres al Volante...

- Debería volver a correr pronto, pienso, cuando un pitido de auto me saca de mis cavilaciones mas profundas y me hace recordar que estoy en Lima, la ciudad Caótica, en donde si no gritas piteas.
Desde que vivo aquí le he perdido temor a los buses grandes y a sus pintorescos vendedores. Cada que subo aun bus y veo a un tipo subirse el polo para mostrarte todos su cortes y cicatrices de bala, con el mismo orgullo que puede ostentar alguien que ha luchado contra tiburones, recuerdo mis primeras veces en esta ciudad sacando desesperada cualquier moneda suelta para que el negro cuco que ofrece sus caramelos me saque su aliento a hierba de encima.

Ahora me da igual si es delincuente o no. Si es alguien que necesita mi dinero para comprarse un pan o un paco, o si el que me interpela a mitad de camino en el bus está agonizando o tiene 5 hijos en casa. Ha llegado a tal grado mi insensibilidad para esos discursos de miseria diarios, que solo sacaría una moneda si me amenazaran con una jeringa que acaba de ser infectada o me mostraran algún tumor que hable.

Tampoco me conmueven las mujeres que arrastran bebes alquilados en algún pueblo joven, ni los viejos que te cuentan que son jubilados o los últimos sobrevivientes de CLAE. En realidad después de subir a un bus por casi una hora y ver en promedio cinco personas contándote, a cual mejor, sus historias de miseria, con ese orgullo de ser los personajes anónimos del talk show urbano, ya todo me parece posible.

Mención aparte merecen las llamadas combis asesinas acelerando como jinetes del Apocalipsis apenas cambia las luz roja, con las ventanas abiertas el viento despeinándote hasta la última idea calma y con esos alaridos de cobradores y conductores para que subas “Rapidito no mas”. Esos gritos que son mezcla de rabia y algarabía, que al salir de las gargantas pretenden despellejar en una sola nota sostenida esa impotencia contra la sociedad que los hace trabajar de sol a sol sin gota alguna de dignidad.


A RITMO DE CLAXON

A lo que aun no me acostumbro ni aquí ni en ningún lado, es a los pitidos irritantes que te sacuden desde sus goznes los pensamientos más íntimos. A lo que no puedo acostumbrarme aun, es a saber que son en su mayoría mujeres, las protagonistas del bocinazo fuerte y del ritmo del claxon mas diabólico.

Si pues, mujeres ¿A qué no sabías? ¿Acaso pensabas que eran los choferes de combi los que piteaban más? ¿Los que conducían ambulancias? ¿Los taxistas del centro de Lima? No pues, si son mujeres las adictas a ese lujo que es decirle con un solo apretón de bocina a alguien: ¡Muévete, mierda!

Es que parece que a estas lindas damiselas les hubieran enseñado a conducir en una ciudad de sordos, que les hubieran dicho “Preferible romper los tímpanos a atropellar incautos”, que en su espejo retrovisor hay un letrerito diciendo “You´ve got the power of claxon" (Tu tienes el poder del claxon). ¡Claro, pues! Esa debe ser la explicación para que en mis caminatas diarias vea mujeres, jóvenes, viejas, y de todo calibre, apretando el claxon con tal frenesí y persistencia, como si de ello dependiera su entrada al paraíso. Como si el timón fuera una extensión orgásmica de lo que no queda satisfecho en casa.

CARROS DE FUEGO

Pero claro, alguien me dirá que las mujeres han batallado tan largamente por tener los mismos derechos que los hombres que también pueden darse el lujo de comportarse como chofer de trailer, de tener la intolerancia de cualquier microbusero y la tozudez y los modales de cualquier chofer que se respete en ésta Lima, la ciudad Luz.

Solo el otro día, pude ver como una señora muy digna ella, le estrellaba la bocina en los oidos del incauto taxista que acababa de estacionar para bajar a sus seniles pasajeros, como si con ese acto pudiera acelerar el ritmo del tráfico y detener el avance de su osteoporosis.

Pero no solo es su afición al ruido y a la intolerancia lo que caracteriza a estas hábiles conductoras (que por suerte no son todas) está también su delirio por la velocidad sin frenos. Su fanatismo por las películas de James Bond o de Matt Diamond.

Si, pues, parece que su fanatismo a este último y a sus persecuciones por callecitas europeas, ha hecho que estas lindas féminas se hayan tornado en las Meteoro modernas, en las Shumaccer de las autopistas limeñas, en personajes de ficción que parece que no se chocaran nunca, así aceleren a 130 Km/h. Que el sonido de su claxon piteando como corneta desde media cuadra antes, pudiera evitarles cualquier choque intempestivo. Que el sonido irritante de su bocina pudiera bendecir a los cojos haciéndolos saltar de sus muletas, a los viejos haciéndolos correr mas rápido, a los perros, que ¡ay, pobres! Seguro terminan muertos entre sus ruedas veloces.

¡Olé señoritas! que se han ganado el derecho a ser todo aquello que tanto criticaban de sus congéneres masculinos. El escupitajo y la grosería ya no es potestad de los seres andrógenos, el apretar el claxon les ha devuelto ese grito que las libera de la opresión de sentirse insatisfechas. Es su bandera contra el sistema, es su versión moderna de un W. Wallace con piernas depiladas. Es su nuevo derecho a piso. Entonces "¡A pitear, carajo!"