miércoles, 14 de febrero de 2007

Las Balas

Esta ciudad no es muy violenta, pero de vez en cuando se dan sus balaceras. Nadie se hace mucho problema, ya sabes, lo de siempre: Policías haciendo alharaca de sus camionetas nuevas y hampones huyendo en algún carro blindado.

Se supone que vivo en un barrio seguro, pero aun así, a veces me despiertan los tiros al aire y las sirenas de las ambulancias. No es mi problema pienso y sigo dibujando o leyendo alguna trivialidad del momento. Pero a veces me asusto.

Me asusto porque de pequeña siempre pensé que vendrían por nosotros, por mi padre, por mis vecinos. Porque de niña había tanta inseguridad, que no sabia a quien temía mas, a los hampones o a los policías. Porque de niña todo el mundo culpaba al terrorismo y en cambio ahora todo el mundo culpa a los narcos.

Esta es una ciudad insegura, de hecho. Hace un par de noches salí a correr con una amiga y a mitad del camino dos niños nos aconsejaron que diéramos la vuelta, porque había una balacera. Cruzamos a la vereda contigua y nos quedamos un momento pensando que rumbo tomar, si decían que toda la zona estaba cercada. Fue en ese momento que los vimos.

Era una camioneta negra, blindada corriendo a nuestro lado, subiendo a la vereda donde hace poco estábamos nosotros y chocándose con los tachos de basura en su rápida huida. Luego vinieron los otros, esos a los que entrenaron como héroes de película, que se educaron viendo Miami Vice y Starky y Hutch y por lo tanto piensan que en este país si tienes un carro con placa, el crimen se detiene. Se montaron por nuestra vereda y nos dejaron al medio, si, al medio de todo. Fue entonces cuando sonaron los tiros al aire y las motos azules corrieron tratando de cercarlos.

Nosotras no hacíamos nada, inmóviles ante tanto aspaviento, no podíamos entender nuestra suerte, al no ser embestidas por ninguno de los dos grupos. De regreso a casa, caminábamos lento, oyendo las sirenas a los lejos, mientras los autos pasaban veloces diciéndonos que nos metamos a casa pronto.
Ya eran las 11 de la noche y pude sentir el toque de queda, en el sonar de mis tripas y en el sudor de mis manos. De pronto me sentía transportada a décadas atrás, sintiendo que era mas seguro quedarse en casa.

El aroma de la brisa marina y de la transpiración de los árboles nos acompañó todo el camino a casa, mientras yo me preguntaba, si estaba ahora en el lugar correcto. Si finalmente lo estaba.