De niña odiaba mis brazos, eran demasiado delgados, con muñecas salientes y codos huesudos. Me veía al espejo, iniciada la pubertad y solo podía imaginarme con una niña africana en severo estado de desnutrición. Era tanto el odio a mis brazos y a mostrar mis delgadeces, que podía usar chompa manga larga en el calor mas infernal, con tal que nadie sepa que yo era una huesuda mas, a la que solo le faltaban las moscas en los ojos o el ombligo salido, para ser considerada la desnutrida típica.
En mis tiempos de flacura, no podía imaginar que mis brazos huesudos, mis clavículas salientes, mi cara delgada algún día serian el prototipo de la belleza actual. Engordé como era obvio, para librarme de ese complejo de flaca, pero olvidé que tal vez fuera la única chica en carrera por ganar peso, mientras toda la sociedad ya solo buscaba perderlo.
Lima, como cualquier ciudad, es cosmopolita. Puedes ver extremos sociales tan marcados, que a veces te asustas. Ves pasar frente a los cafés a chicas delgadísimas de rostros famélicos, negándose a cualquier comida hipercalorica, en aras de “la buena salud”. Entonces, mientras yo me devoro un pollo con papas fritas y coca cola como única cena, puedo ver a mi compañera de mesa, diseccionando con mucha paciencia un pollo de carne blanquísima, cocido solo con agua y sal y comer lentamente, una a una de las hojas de una lechuga mucho más lozana que su propio semblante.
“Come- le digo- No te hará daño”. Ella sonríe y me dice que no me asuste, que su contextura siempre ha sido igual, 1. 65 de altura y 47 kilos de peso, ahora en busca de los ansiados 45…Yo me la quedo mirando; no recuerdo haber sido jamás tan flaca.
Pero ella no se detiene a conversar, come pausadamente y en silencio, como si meditara por cada uno de los malditos bocados que esta obligada a dar, para no caerse de hambre en la agotadora jornada. Su cara se constriñe de pena, como si el alimento diario fuera un castigo en lugar de un placer. Entonces yo gacho la cabeza y como con el mismo pesar mis 1 200 calorías de grasa concentrada que va a acumularse a mis contornos mas nobles.
Yo trato de correr ahora, de perder con mucho sudor y lágrimas esos kilos que gane’ con tanto esfuerzo durante la juventud, y así volver a las tallas en que originalmente me movía; pero no solo es eso. Increíblemente, mi complejo de flaca va desapareciendo, ante la visión diaria de estas esqueléticas féminas, tan sacrificadas por la buena figura, en un barrio fashion como este. Sacrificadas en verse bien en jeans a la cadera y polos pegados que no requieran de sostén debajo; o como cualquiera de las chicas que pasean sus perros y salen a correr completamente ataviadas de Nike o Adidas, en esta parte linda de Lima la Hipócrita.
Veo a mis compañeras, tan flacas ellas, mostrando esas clavículas filudas por sobre el estrapple bordado, veo sus hombros relucientes, de lo huesudos que ya están. Veo esos muslos que jamás se juntan y dejan un espacio entre ellos para dibujar un pubis grande como una manzana. Y las veo acostadas con esos abdómenes planos, secos, fibrosos, en donde podrías palpar a ambos riñones, si tienes la suficiente paciencia. Lass veo con dietas rigurosas, con gimnasios caros en los que se endeudan de por vida, aunque solo tengan que comer claras de huevos cocidas y brócoli a diario. Las veo tan abocadas a ser como ellas…como todas ellas…Las chicas de portada.
No lo se, pero de pronto abandono la visión de terror ante esa flacura extrema y me dejo llevar por la tendencia fashion de perder cada vez mas kilos. De estar “in” mientras mas delgada te veas, de ser anoréxica como una forma de culto y de hablar de las mil dietas como tema central de conversación cotidiana.
Porque por estos lares la gordura es inversamente proporcional a cuanta opulencia muestres y obviamente, cualquier chica de clase media, buscara parecerse mas a sus congeneres anoréxicas “high” con cientos de pretendientes acomodados, que a sus vecinitas de los conos, mas bajitas, mas gorditas…mas desmondongadas. Tal vez al verlas así de finitas, de delgaditas, de preocupadas por “estar en forma”, nadie note que en el bolsillo no llevan nada m’as que el pasaje de retorno Miraflores-Callao y un chicle insípido de tanto ser masticado, para olvidar el hambre.
En mis tiempos de flacura, no podía imaginar que mis brazos huesudos, mis clavículas salientes, mi cara delgada algún día serian el prototipo de la belleza actual. Engordé como era obvio, para librarme de ese complejo de flaca, pero olvidé que tal vez fuera la única chica en carrera por ganar peso, mientras toda la sociedad ya solo buscaba perderlo.
Lima, como cualquier ciudad, es cosmopolita. Puedes ver extremos sociales tan marcados, que a veces te asustas. Ves pasar frente a los cafés a chicas delgadísimas de rostros famélicos, negándose a cualquier comida hipercalorica, en aras de “la buena salud”. Entonces, mientras yo me devoro un pollo con papas fritas y coca cola como única cena, puedo ver a mi compañera de mesa, diseccionando con mucha paciencia un pollo de carne blanquísima, cocido solo con agua y sal y comer lentamente, una a una de las hojas de una lechuga mucho más lozana que su propio semblante.
“Come- le digo- No te hará daño”. Ella sonríe y me dice que no me asuste, que su contextura siempre ha sido igual, 1. 65 de altura y 47 kilos de peso, ahora en busca de los ansiados 45…Yo me la quedo mirando; no recuerdo haber sido jamás tan flaca.
Pero ella no se detiene a conversar, come pausadamente y en silencio, como si meditara por cada uno de los malditos bocados que esta obligada a dar, para no caerse de hambre en la agotadora jornada. Su cara se constriñe de pena, como si el alimento diario fuera un castigo en lugar de un placer. Entonces yo gacho la cabeza y como con el mismo pesar mis 1 200 calorías de grasa concentrada que va a acumularse a mis contornos mas nobles.
Yo trato de correr ahora, de perder con mucho sudor y lágrimas esos kilos que gane’ con tanto esfuerzo durante la juventud, y así volver a las tallas en que originalmente me movía; pero no solo es eso. Increíblemente, mi complejo de flaca va desapareciendo, ante la visión diaria de estas esqueléticas féminas, tan sacrificadas por la buena figura, en un barrio fashion como este. Sacrificadas en verse bien en jeans a la cadera y polos pegados que no requieran de sostén debajo; o como cualquiera de las chicas que pasean sus perros y salen a correr completamente ataviadas de Nike o Adidas, en esta parte linda de Lima la Hipócrita.
Veo a mis compañeras, tan flacas ellas, mostrando esas clavículas filudas por sobre el estrapple bordado, veo sus hombros relucientes, de lo huesudos que ya están. Veo esos muslos que jamás se juntan y dejan un espacio entre ellos para dibujar un pubis grande como una manzana. Y las veo acostadas con esos abdómenes planos, secos, fibrosos, en donde podrías palpar a ambos riñones, si tienes la suficiente paciencia. Lass veo con dietas rigurosas, con gimnasios caros en los que se endeudan de por vida, aunque solo tengan que comer claras de huevos cocidas y brócoli a diario. Las veo tan abocadas a ser como ellas…como todas ellas…Las chicas de portada.
No lo se, pero de pronto abandono la visión de terror ante esa flacura extrema y me dejo llevar por la tendencia fashion de perder cada vez mas kilos. De estar “in” mientras mas delgada te veas, de ser anoréxica como una forma de culto y de hablar de las mil dietas como tema central de conversación cotidiana.
Porque por estos lares la gordura es inversamente proporcional a cuanta opulencia muestres y obviamente, cualquier chica de clase media, buscara parecerse mas a sus congeneres anoréxicas “high” con cientos de pretendientes acomodados, que a sus vecinitas de los conos, mas bajitas, mas gorditas…mas desmondongadas. Tal vez al verlas así de finitas, de delgaditas, de preocupadas por “estar en forma”, nadie note que en el bolsillo no llevan nada m’as que el pasaje de retorno Miraflores-Callao y un chicle insípido de tanto ser masticado, para olvidar el hambre.
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