Terminada la operación, tenía la cursi y tonta idea de que me esperarían ramos de flores y cajas de bombones. Pero no, nadie tuvo ese pensamiento cursi y dormí el resto de la tarde, pensando en el momento en que los hombres se habían vuelto tan practicas y las mujeres tan tolerantes, con la falta de detalles.
Pero no podía dormir, a esa habitación le faltaba algo. Pensé en comprar un florero y esas flores largas y amarillas que parecen lirios pintados, m’as me arrepentí. Las flores cortadas siempre me hacen sentir culpable. Fue cuando decidí comprar una planta.
No una flor bonita, sino una planta.
La planta pequeña y barata, correspondía a una dalia, una hermosa flor roja de vestido pomposo adornado con pétalos carmesí. Para mi era solo un detalle, la lleve a casa y la puse a la puerta de mi habitación. La gente que pasaba veía la flor y sonreía o le sonreía a ella. Poco a poco me fui encariñando. Se veía tan linda con esa flor recién parida que no pude sino, enternecerme al pensar que una frágil planta de hojas verdes ahora era toda una flor sobre un tallo delgado y lozano.
La saqué’e al sol, al darme cuenta que era una planta de ambientes exteriores, pero se quemo. Pase días cuidándola y regándola con los restos de mi insípido mate de manzanilla, como una madre que da de beber a su hijo. Esta vez todos se burlaban, esa planta parece que no volvería a brotar. Pero lo hizo. Al cabo de 3 días la planta resucito y la flor se veía más hermosa que antes.
La música, el agua, la sombra, el cuidado a sus hojas la ayudo en su recuperación. Ayer observe mi planta y me di cuenta que después de una resistencia heroica, esa flor estaba muriendo. No había nada mas que yo pudiera hacer, había llegado el tiempo de marcharse, de desojar sus pétalos, de morirse a pesar de todos mis cuidados. Ya ni siquiera me quedaba la esperanza en sus botones a punto de brotar. La flor se estaba yendo.
Por la madrugada me despertó la misma jaqueca que tengo hasta hoy y me pare en la oscuridad del dintel de mi puerta a observarla en su agonía, muriendo de a pocos como yo misma. No podía hacer nada, excepto esperar a ese tiempo en que los botones broten. Mientras, solo quedarían hojas y hojas deshojándose, pétalos negros cayendo al piso, una planta volviéndose fea sin ninguna esperanza de sobrevivir.
Mi planta agoniza y yo no puedo hacer nada, excepto esperar a que nazcan nuevas flores, mientras duermo bajo el efecto de los sedantes. Me pregunto si alguien espera eso de mí, ahora. O solo soy la planta estéril, que se adorna siempre de hojas verdes sin llegar a parir nunca, flores de colores.
Creo que eso tampoco importa, no importa cuantas veces podamos morir o ser muertos, lo importante, es cuantas veces podamos resucitar para volver a echar a andar.
viernes, 9 de febrero de 2007
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