Hoy es un día malo, así que al carajo, hablare de mí.
No hay nadie en casa, llegue de caminar/correr y no había nadie, no se porque me afecta, a lo mejor porque mientras caminaba/corría estaba triste. Estaba triste y desanimada, al saber que ya solo podía caminar/andar y ni pensar en hacer el intento de correr/trotar.
La gente pasa frente a mi ataviada de ropa deportiva y yo solo camino. Salí tarde así que no puedo usar los lentes oscuros que me vuelven una mujer anónima. Voy caminando por la alameda y distingo que me gusta caminar sin música, así puedo oír la voz de la gente, los pitidos de los buses, la música de los autos. Distingo que aunque tuviera música para traer y pegármela en el brazo, no la traería, porque me haría una burbuja invisible de música propia y sensaciones propias, entonces ya no observaría nada y yo, bueno, ya sabes, yo necesito observar.
Sigo caminando y pienso en la maldita periostitis, también en los plátanos, en el tango, en que de repente me siento vieja y cansada y en que es cierto lo que me dijo ella la otra noche: el invierno esta llegando.
Yo odio el invierno, no me gusta el frío, siempre huyo de donde hace frío. Vine huyendo de la lluvia y hallo a Lima toda nublada y con un viento que silba en los oídos. Parece que fuera más tarde de lo que en realidad es, he caminado 3 cuadras y aun no me evado de esta realidad, aun están mis pensamientos corriendo velozmente, como si necesitara un teclado en ese instante o una grabadora de voz, o un telépata o un amigo…quien sabe?
Creo que la razón de estar triste es esta tarde nublada, ha bajado la presión atmosférica, yo siento frío, pero no me cubro. La mañana ha sido larga y tediosa luchando contra las sabanas y el maldito dolor atacando todo mi cuerpo. Luego he almorzado algo ligero y por la tarde he decidido volver a correr pase lo que pase. Pero no he podido. Y heme aquí, triste por eso, caminando a paso lento como una anciana vestida en mallas, como una mujer avejentada que usa gafas claras, para cubrir su rostro y que no la descubran. Ahí voy yo, reflejada en los espejos de los edificios, viendo mi figura cambiar de formas hasta hacerse fusiforme como un molusco.
Debe ser que la tarde esta nublada, en este tipo de tardes mi viejo fuma más que de costumbre, su olor a tabaco inunda la sala de estar, se pega en la ropa, en el cabello. El olor a cigarrillos me recuerda a mi viejo. Yo no fumo, no me provoca, ni siquiera hoy que acabo de descubrir que estoy triste y apenas es jueves.
Mi figura sigue reflejándose en los vidrios de los bancos, prefiero no mirarme, sino pensar en que debe haber alguna forma para dejar de escribir, para acelerar los dedos hasta que alcancen el ritmo del pensamiento. Una forma de comunicarte lo que siento en el momento que lo siento.
Ahora camino callada, el secreto para cambiar de ciudad es mirar a lo alto de los árboles, a los pisos más altos de los edificios, a las ventanas que están cerradas. Yo no miro la calle cuando quiero cambiar de ciudad, yo dejo de mirar a los autos, los conductores, los perros, las empleadas con delantal, los tipos de seguridad. Yo dejo de oír sus silbos, sus holas, sus “tiene Ud. Hora?”, sus miradas curiosas entre lascivia y miedo. No, cuando yo quiero cambiar de ciudad solo miro alto y puedo estar en cualquier parte.
Ahora camino con los hombros derechos, mira como hundo el abdomen, como saco los hombros, como arqueo la espalda. Mira que trato de caminar como la mujer que dices que soy, pero no me lo creo. He caminado tantas veces mirando al piso que me resulta difícil caminar así. El me ha tomado fotos, unas en que estoy erguida, otras en que camino como siempre. La mujer erguida tiene un cuello bonito e incluso un lunar graciosos en la sombra de su mentón pequeño. La mujer que camina agachada se ve tan triste y desolada que prefiere mirar al costado. El me ha tomado las fotos y yo las he visto todas. Parecen dos mujeres distintas.
Camino como el me dice, creo que el secreto es caminar con complejo de chata. Así siempre voy a querer estirarme, es como cuando vas al lado de un novio alto, estiras tu espalda, subes el mentón, miras hacia sus orejas. Te sientes pequeñita, pero juegas a ser enorme, así es como yo camino ahora, como una pequeña infante que juega ser grande, casi enorme.
La calle esta llena y yo aun no puedo correr, me duelen las pantorrillas. Me duele la dignidad solo poder caminar. Al llegar frente al mar, siento que todo esta bien, que podría quedarme horas viendo las lanchas que pescan, los surfistas esperando una ola, las parejas contándose tonteras. Observo la orilla de Lima, en que todo está calmo, menos mi mente. En ese momento yo sigo escribiendo a la velocidad de un rayo, contándote lo que veo, para que entiendas que es lo que siento.
Aun siguen tirando globos de agua, pero a mi no me molestan. Debe ser que me ven como una anciana, como yo misma me veo hoy. Hoy estoy lenta como una tortuga y canto en voz baja esa canción que aun no te he enviado. “es mi andar discreto…” así es el comienzo “…hoy yo ya no voy a grandes trancos por la vida…”. Entonces pienso en este fin de semana, en que tengo un nuevo compañero para las giras musicales, en que de cierta manera tengo ya un nuevo cómplice a quien enviar canciones.
Atardece en Lima, no se si quiero que leas esto, no tiene nada que ver con lo que te dije que contaría. Es que mi burbuja se ha resquebrajado, es que mi ventanilla se ha roto, es que en el tren de los recuerdos cotidianos, algo ha pasado que me ha hecho detenerme en mitad del camino y bajar. Bajar a campo traviesa y echar a nadar, así lentito, con la idea a mil de tantos pensamientos locos. Es jueves, no voy a barranco hoy. Hoy no quiero nada. Mientras cocinaba cantaba “…Ojalá que el deseo se vaya tras de ti…” era mi canción favorita. Silvio era mi cantante favorito cuando empecé a crecer, pero mañana no lo veré. Mañana será un viernes sin un café de por medio. Pondré a Manolo García y escuchare Pájaros de Barro por centésima vez, antes que el mundo se nuble de nuevo y me atrape esta tristeza que no es, esta tarde que no es, este atardecer de nadie.
Mira, ves lo que yo veo? Es increíble…Lima me depara una sorpresa cada día. Es la primera vez que el sol entra en el mar sin un banco de nubes de por medio. Después de meses y meses observando atardeceres frente al mar, precisamente mi día triste corona su final con un sol incandescente entrando a un mar azulado y frío como mis propios recuerdos.
Volvamos a casa, quiero escribir mientras aun haya tiempo para hacerlo y cantar aunque nadie me escuche.
“…pequeñas tretas…para continuar en la brecha…”
jueves, 22 de febrero de 2007
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1 comentario:
Es raro que el sol entre limpio al mar en Lima. Ojalá algún día tenga la dicha de verlo con mis propios ojos.
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