sábado, 21 de abril de 2007

Olivia y el hombre pequeño

Olivia Sánchez se acercó a la persiana de color y la separó con sus dedos largos y huesudos. Afuera, la calle normalmente bulliciosa por el ruido de los autos y de las putas nocturnas, apenas si despertaba con destellos de luz azulina que llegaban hasta la cama revuelta. La luz de la madrugada empezó a filtrarse en la pobre habitación, obligando a los ojos de Olivia a acostumbrarse a la reciente claridad. Sus ojos se habían vuelto grandes y saltados de tanto esforzar la vista buscando ver el detalle de las cosas. Sus párpados eran de un violeta casi transparente, que le daban el aspecto de siempre estar triste y cansada. Durante años el Dr. Salinas le había recomendado gafas para su problema de visión, pero ella se negaba diciendo que si aun podía ver las cosas que le interesaba ver con sus ojos verdaderos, entonces era suficiente visión para ella.

El hombre que dormía a su lado se desperezó buscando a tientas el cuerpo tibio de Olivia Sánchez, que ahora desnudo y más transparente que nunca, se iluminaba de cientos de rayos azules filtrados por la vieja persiana. El hombre, levantó un poco la cabeza y la vio así, como una cebra azulina a contraluz y volvió a quedarse dormido, sin llamarla al lecho. Parecía estar ya acostumbrado a las manías de Olivia después de terminar el sexo. A esa costumbre de quedarse de pie junto a la ventana, viendo las colinas de Cuenca apareciendo bajo un techo de nubes blancas.

Olivia podía pasarse largas horas ante la ventana oteando la larga carretera negra que desaparecía serpenteante entre las colinas con rumbo a la capital. Marzo había empezado con su frío habitual de finales de verano y ahora todo el vapor capturado en el pequeño cuarto, producto de esa larga batalla de cuerpos desnudos, se condensaba en gruesas gotas que chorreaban por la ventana empañada. El mismo aliento de Olivia acercándose al vidrio, impedía ver nada más que sus propios dedos delgados acercándose a limpiarlo una y otra vez para poder seguir viendo la vieja carretera.

El invierno había llegado pronto, pensó Olivia. En general no esperaba ese tipo de frío hasta muy entrado Mayo, pero ahora podía sentir la humedad en los huesos, corroyéndolos y haciéndolos cada vez más débiles y frágiles. Los largos huesos de Olivia Sánchez sentían el frío con más intensidad que cualquier otro habitante de Cuenca y la obligaban a cubrirse con un vestido tras otro, incluso en pleno verano.
Su cuerpo largo de proporciones enormes, funcionaba como un termostato para cada oleada de frío que se acercara a Cuenca. Un frío que la resquebrajaba por dentro como una pared ya demasiado húmeda y vieja.

Un fuerte pedo del hombre dormido hizo que Olivia volteara a mirarlo; se veía tan pequeño y frágil como cualquiera que hubiera conocido. Después del sexo los hombres parecían empequeñecer tanto a su lado, que Olivia no sabia a la fecha, si le provocan mas lástima o asco, el verlos así de frágiles, desnudos y con el sexo a la intemperie.

El sexo de Simón era pequeño y flácido ahora. Había perdido tono, después de la larga noche buscando hacerlo de todas las formas. Entre los pelos hirsutos de Simón asomaba esa pequeña prominencia carnosa que ahora, ya no tenía valor alguno. Olivia desvió la mirada, le costaba trabajo creer que se acostara con él; durante el amor apenas si su sexo crecía al tamaño de una perilla de puerta, pero de alguna manera, eso la excitaba.
Podía pensar en su sexo como una perilla brillante, redonda y lustrosa, justo para su mano. Una mano enorme y huesuda que no tenia miramientos en tocarlo una y otra vez hasta sentirlo palpitar dentro de ella, lleno de vida, de un calor sobrehumano, que la hacia sentirse extraviada en una felicidad pueril y creciente.
Cada picha que tocara tenía el mismo efecto en ella, una manija de puerta que deseaba tocar y acariciar con curiosidad de adolescente. Una manija de puerta que instaba a cruzar el umbral y a saber que más había detrás de ella.

Simón solo era una puerta más. Ahora había cruzado el umbral y toda curiosidad se había agotado, detrás de la puerta rígida que había sido Simón para ella, podía vislumbrar cada reacción que sucedería en él luego. El sexo era la mejor manera de conocer a un hombre y casi podía decir que conocía a Simón como si lo hubiera parido.

Olivia bajó la mirada y sonrió para sus adentros al pensar que cada vez que lo hacían, el pequeño tamaño de Simón, hacia parecer como si de verdad lo estuviera pariendo. Los hombres se achican cuando lo hacen- le había comentado su hermana; y es que era cierto. Todas las mujeres Sánchez, altas y huesudas por generaciones, habían experimentado la misma sensación de estar pariendo hombres cada vez que tenían sexo.

Los hombres empequeñecían tanto, intentando de empujar su verga hacia adentro, que todo su cuerpo se iba en ese esfuerzo, las mujeres Sánchez podían sentir todo el cuerpo del hombre metiéndose por debajo de ellas, su pubis, sus piernas húmedas, su tronco sudado; por un momento la sensación de tenerlos completamente adentro era tan fuerte, que el sentimiento maternal y no el orgasmo las hacia gritar cubiertas por una felicidad pura y sin mancha.

Con Simón pasaba lo mismo, Simón empequeñecía cada vez que tenían sexo, Olivia larga y alta por naturaleza crecía un poco mas cuando estaba en la cama, sus largas piernas cubrían la espalda de Simón hasta envolverlo entre ellas, sus manos enormes se perdían en su cabeza hirsuta, su largo tórax era el lecho tibio para Simón que hundía la cara en dos pechos demasiado blandos y tiernos, para toda esa figura huesuda y dura en que se convertía Olivia Sánchez cuando lo hacían.

No cabía duda, Simón empequeñecía, no podía evitarlo. Ya le había pasado con otros hombres antes que con él, hombres de mediana estatura, altos, gordos y hasta obesos. Olivia los buscaba cada vez mas grandes, esperando no sentir ese sentimiento de tener que abrazar a un huérfano, de tener que parir a un hombre en lugar de sentirlo adentro; esa fragilidad en esos cuerpos mojados de sudor, que gemían y empujaban intentando hacerla sentir un orgasmo, pero que solo lograban hacerla sentir muy grande y sola, con una geografía demasiado extensa de montañas y valles, una geografía desolada y hueca, a la que nadie lograba cubrir suficiente.
En ese momento Olivia sentía frío, frío que no alcanzaba a ser cubierto por nadie, un frío que le calaba los huesos, era mas que solo el invierno en Cuenca, era mas que la humedad del mar cercano. Era ese frío posterior al sexo, esas ganas de enrollarse en si misma, para así sentir un abrazo verdadero, era ver esas vergas pequeñas colgando inútiles de los amantes dormidos, como los pomos de puertas abiertas; y poder vislumbrar el otro lado de los hombres; ese lado frágil, oscuro, húmedo, ese lado tenebroso de enormes miedos, en donde los hombres naufragaban en dudas, en inseguridades e incertidumbre, ese espacio en donde los hombres se sabían simplemente pequeños y humanos y en donde ella se quedaba sola y sin la protección de nadie.

viernes, 20 de abril de 2007

Y mirar para atrás y estar yéndose. Mirar hacia los costados y no reconocer nada. La vida parece estancada en un mismo momento, las personas del pasado, el presente y el futuro, se funden en un solo momento, único, triste, sin sentido.
Es el mismo lugar, el mismo aire, el mismo sentimiento, otra persona que se va sin dejar rastro. Otra huella que borra el mar, que tapa el polvo. Podría ser ayer, esta tarde, mañana, el sentimiento es el mismo. Despedidas sin tristeza, planes interrumpidos, conversaciones con uno misma, trazar de nuevos planes antes que terminen los anteriores. La nada, invadiendolo todo.
Inmensa melancolía en el ambiente, que se condensa en gruesas gotas que corren por dentro sin significar ya nada. Solo torrentes de las cosas que se quedan a medias, la mediocridad, la gran mediocridad erosionando cada intento de seguir adelante.
Podría ser hoy, mañana, el sol oculto o la luna en lo alto del cielo, el momento para mi es el mismo. El espacio no significa ya nada. Ni las personas, ni las palabras, es ese sentimiento, la vacuidad, la soledad mas pura. La perdida de lo que no tenias, la náusea. La náusea invandiendolo todo.
Podría estar aquí y jaber estado ya auí mucho tiempo atrás. Una vez escribí un cuento sobre un hombre que esperaba en una mesa de sauce que llegara la mujer que amaba. En ese mismo momento y lugar, pero 50 años antes, una mujer esperaba ante la misma mesa haciendo figuras con un lápiz, esperaba al hombre que amaba. Obviamente jamás se encontraban, supuestamente eran tiempos diferentes, no había posibilidad...pero si el tiempo no fuera una continuidad? Si no hubiera pasado, ni presente, ni futuro, mordiendose la cola? Si el tiempo fuera como romper varias membranas a la vez, si fuera como introducir una lanza en una cavidad de varias interfases, los tres tiempos estarian a la vez. No serían los 50 años de diferencia, ni el espacio. Sería el mismo momento para ambos. Un momento de espera por supuesto, un momento susceptible de ser cambiado. Cambiado por mi, el autor del cuento. Susceptible de ser cambiado por alguien mas, entonces la teoria sería que el destino jamas existe realmente, qyue todo momento modifica al otro, en un mismo instante, no como continuidad, sino como un trauma, un accidente...Bahh...teorias tontas, sobre membranas...hace tiempo alguien me sugirió que escribiera al respecto, pero solo me salió ese cuento y era tan malo, tan tan malo, que jamás lo publiqué ni se lo enseñé a nadie.
Ahora me siento como al mujer del cuento, siento que alguien espera por mi y yo espero por él. El tiempo es una continuidad y por mas rapido que vaya jamás lo alcanzo, ni me alcanza. Vivimos separados por un tiempo insondable, arbitrario, inmodificable. Un destino que hace que las personas no se unan por sentimientos, sino por continuidad temporal, geografica, física.
No es el sentimiento lo que hace posible algo. Nadie cree en el sentimiento, ni de espera, ni de pérdida. Todo es mas práctico, amas a quien está al alcance, a quien se ofrece primero, a quien puede darte algo a cambio. La mujer del cuento no se sienta a esperar a que el destino se canse de castigar su vida, toma una decisión, sale del cuento, besa al primero que hay en la barra, define su vida no por sentimiento, sino por oportunidad. No por que quiera, sino porque algo se presenta, algo se ofrece, una trampa del destino, del autor del cuento, la mujer es ahora un personaje con poder de decisión que decide y decide mal. Mal por ella, porque al decidir, decide tambien por otros. Otro que espera, otro que se queda esperando en el tiempo, sin que aprezca nadie. La mujer como de una histórica manzana, que ella misma desconoce como dañina. El cuento se desfigura y el autor desea que mueran todos en una masacre en la que nadie halla a nadie y todos los seres humanos son condenados a habitar en soledad, espearndo personas que no llegan y amando a personas que ya no están.
La soledad lo invade todo, la náusea, la melancolía. El pesar. Es invierno y Abril en Lima, ultimamente todos mis Abril son en una Lima que parece invernal y triste, extrañando a los fantasmas de gente que ya no existe y que por no estar se hacen entrañables y perfectas en la memoria, fantasmas de personas que se pasean en mi pasado, presente y futuro, como una misma imagen de lo que no es, no puede ser, no será nunca.

miércoles, 18 de abril de 2007

Ojalá pudiera otra vez entrar al lugar donde habita el ruido
y no sentirme ajena, ni conmovida, ni a punto de gritar,
ojalá pudiera entrar,
sin pedir explicaciones,
ni hacer un culto al sonido que pervierte,
ojalá pudiera mimetizarme como antes,
con ese ruido,
perderme en la voz de los otros
en el caos,
en toda esa bulla de demonios ininteligibles,
pero no puedo.
He rechazado y he sido excluida,
la respuesta al silencio ha sido mas ruido,
mas ruido, ensordecedor casi,
un ruido en el que ya no hallo la menor calma.

martes, 17 de abril de 2007

Y en medio de la ebriedad de sentirme viva
en medio de ese vaho a sinrazón
a musica ligera
a lo que habiamos dejado en el camino para dedicarnos a esto
el mas necio de los oficios
casi crei encontrarte,
encontrarme
crei verte,
en medio de la calle vacia
por un momento
crei conocerte.

sábado, 14 de abril de 2007

Entre Rucas

- Ni que me interesara hombre alguno- dice la mujer cruzando la pierna suavemente sobre la otra. El roce áspero de sus pantimedias lastima mi oído, tanto como su perfume demasiado dulzón inundando el ambiente de la pequeña cafetería. Su aspecto pulcro y su cara tapada a medias por un flequillo de cabellos marrones, me hace pensar que se trata de otra secretaria mas de las muchas que vienen a tomarse un cafecito barato por este barrio.
- Hace mucho que me di cuenta que no hay hombre para mi y aunque lo hubiera, ni lo sabría reconocer a tiempo, prosigue dando una chupada mas a su cigarrillo negro de filtro dorado. Se oye el resoplido de su interlocutora, una rubia delgada que hasta ahora no habla y bebe el café a sorbitos pequeños, arrugando unos labios demasiado pintados de carmín.

Hago caso omiso de su charla de mujeres despechadas para centrarme en la próxima historieta, que está a medias hace casi una semana. Garabateo la hoja con un lápiz de punta roma, para ver si en esas líneas encuentro el rostro indicado para el nuevo personaje que pide la editorial. Sin embargo la cháchara de las mujeres me deja sin ideas y me hace meditar en medio de sus halos enormes de cigarros dulces y café negro.

- No sigas con eso Emma, ya verás que el amor pronto tocará a tu puerta y te tumbará piernas arriba- dice la rubia entre risas de mujer tonta. Emma sonríe de mala gana, mientras yo pienso que las metáforas eróticas de la rubia desteñida, están tan mal logradas como ese tinte en el cabello que deja ver ya, las enormes raíces negras de su peruanísimo origen.


-Ya estoy cansada de que me toquen a la puerta, Noelia, de que me toquen, de que la abran, de que empujen, de que hagan pedazos la casa y luego se larguen antes de siquiera haberse instalado. Estoy harta de este amor sin amor, que es mi vida últimamente. De hombres que no quieren comprometerse con nadie. De gente que no me ofrece nada. La voz de Emma suena tan apesadumbrada y triste que volteo a verle la cara, para ver si llora, pero no. Emma está allí fumando compulsivamente y rascando con largas uñas sin arreglar, unas pantis que delinean unas piernas tan torneadas y largas como las de una modelo.

- Si yo fuera tu, me dedicaría a tirar rico sin pensarla tanto- dice Noelia, la rubia con nombre de ruca, luego da otro sorbito pequeño a esa taza de café que debe ser mágica pues lleva media hora sin acabar su contenido. Me doy cuenta en el acto que ambas mujeres son tan pobres como yo, que deben ser secretarias o putas. No lo digo por Emma, por quien he tomado una empatía en el acto, sino por Noelia la rubia de los ademanes demasiado teatrales, incluso para fumar un cigarrillo o tomar una taza de café vacía.

Por el viejo Miraflores, muchas mujeres como ellas se sientan a esperar hombre hasta que el café se les enfría o un caballero demasiado bigotón les deje una tarjetita en la mesa. Dudo que Emma, sea ruca, al menos se muestra infeliz por serlo. Pero de esa rubia famélica, podría apostar mi escazo sueldo a que es otra de las chicas pre pago que abundan por este barrio.

- ¿Sabes que a veces quisiera ser mas como tu?- comenta Emma y yo desde la mesa contigua, casi hago caer mi café sobre los bocetos a lápiz y los libros de Yoshimura que me he prestado de la biblioteca. Noelia está erguida y orgullosa por oir esa confesión de labios de su amiga; mientras, Emma habla con rapidez y con un acento que no parece del todo limeño. Enciende otro cigarrillo negrísimo y añade sin piedad- No es por lo que tu crees Noelia, sabes que yo también tengo lo mío- dice arrojando una bocanada de denso humo sobre la otra- Pero a veces me dan ganas de ser tan inconciente como tu, para no ilusionarte con nadie y encamarte con todos a la vez.

Antes de que la rubia pueda responder con alguna expresión teatral a esa acusación de mujer fácil que le acaba de hacer su amiga, Emma prosigue.

-... Tu sabes que podría encamarme tantas veces como tu lo haces, pero a mi me duele. Y no, no pongas esa cara, a mi no me duele el cuerpo, la cintura ni los intestinos al terminar de hacerlo. Me duele aquí dentro Noelia, y toma la mano delgada medio transparente de su compañera hasta ponérsela en medio del pecho con una expresión de orfandad que casi genera lástima.
La desteñida la quita en el acto, como si el corazón frágil de Emma, pudiera saltar en medio de la jaula de sus filudas costillas y fuera directo a morderle los dedos.

- No digas tonterías Emma- le responde con desdén- de tanto leer novelitas ya te estás enamorando de nuevo. Cada mes es la misma tontera, me duele adentro, me duele adentro...- dice imitándola sin gracia- A mi me duele la panza Emma- dice, bajando la voz- me duele la guata, cada vez que rechazas a un hombre con plata, por ese sentimentalismo de señito del medio día. No es por nada amiga, pero ya jode que digas todos los meses lo mismo y te enamores de un nuevo perdedor, como Marcos que no tiene ni de donde caerse muerto- lo dice en voz alta, irguiéndose en su silla segura de haber asestado una buena puñalada.

- ¡No metas a Marcos en esto Noelia, a veces deberías ser un poco amiga ¿no te parece? !


El calor de las mejillas de Emma encendidas por la rabia repentina, llegan hasta mi, mezcladas con el denso olor a su perfume y a los cigarrillos dulces. Me pregunto quien será Marcos, su novio? Su amante?
- ¡El si era un santo!- me aclara Emma sin darse cuenta. Él si me quería, no es como los otros. Me quería por lo que era. En cambio ahora. ¡Mírame! Ya no sé quien soy. Apenas si tengo dinero para hacerme las uñas, para hacerme un peinado digno, si alguien por caridad me invita a una fiesta como antes. ¡No puedo ni siquiera tomarme un café que no sea en pocilgas como ésta!
- Baja la voz Emma, dice la rubia nerviosa porque las boten de la cafetería. Pero el chino que atiende se duerme sobre el periódico con crucigramas a medio resolver ajeno a su discusión, y nadie mas que yo en la penumbra de la pocilga está para asustarse de su voz, que aunque aguda se oye fuerte y rabiosa. Una voz de mujer que estalla y desea mandarnos a todos al infierno.

- ¡Me odio Noelia! venir a Lima fue la peor decisión que he tomado. Odio la maldita casa en donde vivo, tus malditas amigas con pinta de rucas, hacer tus dietas de vegetales crudos y granos que me estriñen sin remedio...


Noelia abre ahora los ojos como platos, parece que se fueran a desobirtar esos enormes ojos verdes, que fueran a salir volando los lentes de contacto y clavarse en el rostro encendido de Emma, que habla sin detenerse de todos sus odios a la ruca de su amiga y a esta ciudad de mierda.

- ...¿Y sabes que odio mas de todo? - Noelia la mira asustada de lo que pueda decir Emma-

Odio ser pobre y tener que vivir contigo... Odio que aquí yo solo sea la pobre Emma León, sin padres, ni protectores. Que me presentes amigos que me quieren tirar a la primera, que me presentes a viejos que me miran las tetas, que tenga que respirar el mismo aire de tus cigarros negros dizque finísimos y que medio Lima sabe que solo fuman las putas como tu y tus amigas!

Emma termina de despotricar sobre su amiga, con ojos brillosos que ya no ven nada arrojando el cigarro al piso, mientras, Noelia sale volando de allí, no sin antes mandarla a la mierda, porque A ver que sitio consigues trujillana de porquería, que en esta ciudad no se perdonan a putitas arrepentidas como tu.

Noelia, ni paga el café que Emma ya derramó sobre el mantel al tirarse a llorar sobre la mesa. Se marcha con piernas tembleques sujetando una carterita pequeña, donde debe guardar los condones y labiales brillosos que Emma dice odiar tanto.


Yo me quedo estupefacta en la mesa de al lado, si pudiera pagarle el café a Emma yo se lo pagaba, pero mejor sigo garabateando en silencio, no vaya a ser que la trujillana loca del flequillo marrón, también se lance sobre mi y me diga todas mis verdades de a gratis como a la rubia pre pago.
No, mejor sigo garabateando, que ésta ciudad está llena de rucas locas, mejor ni meterse con ellas.

lunes, 9 de abril de 2007

Olivia

Yo me imagino su corazón seco, seco y polvoriento como un terreno salitroso. ¿Alguna vez has caminado sobre salitre?- me dice, mientras sus ojos chispean al hablar de su próxima protagonista. No, le miento cortésmente, aunque en verdad si haya caminado sobre el salitre blanco de terrenos estériles en mi infancia, esa no es una anécdota que a él le agradaría escuchar. En ese mismo momento recuerdo mi pie pisando la huella dejada por alguien mas y levantando olas de polvo blanco sobre mis vestidos y mi cara, en la ruta a un desierto enorme de salitre y cenizas. Él en cambio, mira al horizonte plateado tratando de delinear lo mas fielmente posible Olivia Sánchez, su nueva heroína.

Sus manos mojan ahora en sudor, la hoja con las instrucciones del maestro para hacer el próximo relato. La estruja y mira fijo al horizonte, como si Olivia Sánchez naciera al final de la calle, y viniera directo a él ofreciéndose a ser, no solo su protagonista, sino su cómplice, en este cruel oficio de crear historias que interesen al público y puedan dejar algunos centavos demás para pagarse la sopa del día. Mientras él mira fijamente al final de la calle, yo casi puedo ver a Olivia, naciendo desde el asfalto, con unos suecos viejos y gastados, con las piernas llena de llagas y erosiones, con ese delantal floreado que lleva la gente antigua y con unos ojos duros y negros, como escarabajos lustrosos en medio de sus cuencas desechas. Imagino a Olivia triste, aunque él no lo mencione.

Él voltea a mirarme y menciona que se imagina a Olivia como yo, entonces sonrío y le digo que ya está perdiendo la perspectiva de una buena ficción. Que si sigue poniendo rostros conocidos a los personajes de sus libros, jamás logrará una buena crítica. Él encoje los hombros y tira el papel arrugado a la calle: ¿Tu crees que alguno de nosotros consiga una buena crítica alguna vez? Su rostro luce triste y amargado, al terminar de decirlo. Ahora soy yo quien encoge los hombros y juego a encender un cigarro que saco, doblado y maltrecho de mi bolso marrón. Es imposible que encienda, pero me relaja tenerlo entre los dedos, aunque sea apagado.

Insisto, me dice, Olivia deberías ser tú, aunque no seas alta. Trato de que me salga una carcajada real para avergonzarlo y callarlo, pero en verdad yo también me la he imaginado alta como un pino y de cabellos negros y brillantes cayendo sobre el mandil percudido de flores amarillas. Sé que soy muy pequeña para entrar en el alma de un personaje tan complejo, como el que él intenta construir. Pequeña no solo físicamente, tal vez no llegue a ser jamás tan dura como ella.
¿Me discriminas por ser chata?- bromeo y él entiende la broma solo minutos mas tarde cuando esboza una torpe sonrisa, se nota que sigue pensando en su nueva historia y en su nueva heroína. Se nota que él también sabe que yo no doy la talla.

Mas que discriminada, deberías sentirte halagada, insiste. Si gano el premio de éste año tu rostro aparecerá en la portada del libro y serás Olivia Sánchez para el común de la gente. Y claro, yo seré famoso y podré comprarte muchas cajetillas de cigarros para cuando estés nerviosa.

Es increíble la forma, como cree conocerme. Casi sin darse cuenta se agacha, se acomoda las medias dentro de sus zapatos sin lustrar y estira una media celeste que oculta un hueco en el talón, que su tironeo inútil ha hecho salir a la luz.
No me interesa volver a ser tu protagonista, cada vez que imaginas a una heroína con mi cara, el relato se desfigura y jamás lo terminas- le digo intentando no sonar ofendida. La verdad es que aun me molesta saber que no le puso final al último cuento que escribía, solo porque no quería imaginarme muerta, o al menos eso dijo.

El papel arrugado con las instrucciones del nuevo relato, revolotea entre nuestros pies, sin ánimo de irse. Deberías sentirte agradecida- repite- No te voy a poner siempre de heroína en todos mis textos, alguna vez tendrás que ser la mala. Jaaaaaa, no me importa, le respondo al ver su mohín de pena en el rostro. Yo soy siempre la mala de la película.

Pero él no responde, se nota que Olivia Sánchez ya ha nacido para él, con mi rostro y con 30 centímetros mas de altura al final de la calle. Puedo sentir la fuerza con la que va hilando su relato alrededor de ella, ya ni siquiera necesita contármelo, ese corazón polvoriento de salitre y cenizas, se oye palpitar a través de la calle; triste, como un doblar de campanas.
Entonces él desaparece, se reduce a un simple guionista de sus oscuros deseos. Él empequeñece en la banca de madera y lo siento escurrirse a mi lado, desaparecer entre los huecos de sus medias, hacerse invisible a los ojos del mundo. Olivia Sánchez su nuevo personaje, avanza por entre la calle vacía, con su corazón terroso y sus enormes suecos viejos, apoderándose de todos, incluso de mi rostro.

sábado, 7 de abril de 2007

El Chico triste

Camino junto a el sin advertir que el sol ya está cayendo y que debería irme a casa, porque es tarde, aunque en esta ciudad parece que ya nadie durmiera. me siento cansada, pero me agrada oírlo, tal vez sea una especie de morbo extraño por saber de historias mas tristes que las mías, el tipo siempre me cuenta sus historias como si fueran tristes. Será un buen escritor, lo juro, pero a veces sus historias son tan tristes, que cualquier cosa en comparación parece ser solo una historia frívola de una niña fresa que aun no conoce el dolor.
Hoy por ejemplo, me cuenta que extraña su casa, a sus padres, a las calles de su pueblo. Le digo que puedo entender el sentimiento, pero parece que no me hubiera escuchado, sigue hablando mientras caminamos por en medio de la calle seguros que nadie conocido vendrá en sentido contrario a saludarnos, ni a preguntarnos algo. Al fin y al cabo, somos dos desconocidos más, en ésta ciudad extraña.

Es más alto que yo y sin embargo camina agachado, al caminar a mi lado diera la impresión que esta pasando por debajo de una hilera de árboles, que su pelo cada vez más revuelto se peinara en las ramas de tristes sauces llorones. Y habla lento, suave, con una voz de bibliotecario que contrasta demasiado con esa pinta sport y esas zapatillas viejas de hippie desfasado, que están a punto de abrirse, despellejadas por el asfalto que cubre toda la ciudad. Ahora me cuenta sobre su padre que tiene la voz alta y jamás lo abraza, sobre su madre que lo engorda de menetras y arroz, como si siempre lo viera famélico y a punto de morirse; sobre sus hermanas que le compran ropa de colores alegres, que él jamás usa, pero en medio de todo lo que me cuenta, cuando me habla de la calle en que está su casa, su cara cambia y por un momento éste hombre parece no estar hastiado de la gente, de la ciudad de donde a salido. No parece estar cansado, ni agónico, ni triste. S
u palabra parece fluir libre como el viento, liberarse de su boca torcida, aflorar en medio de una lengua casi blanca, sedienta de quien sabe cuantos besos.
Cuando él habla de la calle que lleva a su casa, parece hablar de la puerta al paraíso, del sendero oculto a una tierra de mieles; cuando él menciona esa calle de ventanas cerradas, de dinteles de madera con puertas desvencijadas, cuando menciona que nadie está en la calle para recibirte con un saludo medianamente amable bajo el calor de las dos de la tarde, cuando me cuenta que la gente sólo se abanica en el marasmo inmóvil de una tierra que parece vivir en el olvido, puedo ver como sus ojos brillan, como su cabello asciende, como sus venas vibran, solo en ese instante del relato, este chico triste parece estar vivo.

Seguimos caminando y siento que Lima también se ha quedado vacía, que los autos ya no pasan, que la gente ya no grita, que en medio de esta ciudad gris y pequeñas motas de césped, cuando se la mira desde lo alto del cielo, ya no quedara mas nadie que nosotros y su historia que no es triste, pero suena como tal.
Ésta tarde ya no hay nadie excepto yo y el chico triste que me habla de su casa, de la calle que lleva a su casa, de ese lugar que solo vive en su olvido. Puedo imaginar entonces, el día brumoso de mediados de Abril, en una provincia sin nombre, el sol pálido que nunca calienta lo suficiente, el viento que interrumpe toda charla, el olor a brisa inundándolo todo. Y a él caminando junto a la playa, tratando de amansar con su silencio lo alto de la marea que se encrespa en viernes santo.
Imagino su semblante taciturno, del que llega a casa y ya no encuentra a nadie, del que extraña no a personas, sino a ecosistemas, del que me cuenta no detalles del rostro de su padre o la risa de su madre, sino del color de los techos de las casas, de los vidrios empolvados, del olor de la comida que se prepara a medio día, pero de la que nadie parece dueño, porque en ese lugar que solo vive en su olvido, dudo que alguien se haya quedado a esperarlo, me imagino entonces, a ése lugar silente y dormido, como ahora me habla él con ojos brumosos, con la nariz cortando el viento como una quebrada brillante surcando su rostro cobrizo.
Me imagino ese lugar que huele a mar y hierba recién cortada, como el hueco tibio de su axila abrazándome antes que llegue el frío y de pronto me doy cuenta que yo también he caído en el hechizo de querer a las personas y a las cosas no por el detalle, no por el rostro, no por nada que me genere gusto, o un placer puntual que me haga feliz, sino por ese aroma al conjunto, al recuerdo que nace en la melancolía de evocar lugares olvidados, inexistentes, tristes, de los que ya hemos sido despedidos. Miro, su rostro y bajo los ojos, prefiero no mirarlo, es feo y taciturno sin nada que ofrecerme, pero en mi memoria me queda su voz suave, las calles de su pueblo en la mente y la ciudad de Lima durmiéndose y despareciendo a nuestro paso, volviendose brumosa igual que en todos sus relatos.